“El poeta es un demócrata nato no sólo gracias a la precariedad de su posición, sino también porque su obra va destinada a toda la nación y emplea su lengua” afirmaba Joseph Brodsky en su hermoso y sugerente ensayo sobre Anna Ajmátova. Sí, y cuando las tiranías hacen su entrada violenta por las puertas de la historia, entonces la poesía está allí para denunciarlas y escribir contra ellas. “Escribiremos contra los tiranos creando su confusión”, reza un verso del poeta colombiano Harold Alvarado Tenorio.
Aficionadas al poder, todas las tiranías, sean militares, civiles, económicas o mediáticas, tratan de no perder su popularidad entre los súbditos. Se actualizan siempre gracias a la utilización estratégica de la propaganda y de lo video-político, con un espeluznante cinismo demagógico. De igual manera, las tiranías se hacen sentir como una necesidad irremediable. La idiocia y la estolidez son sus signos, la manipulación ideológica su feroz estrategia. Estructurar, ordenar, masificar, sistematizar, simplificar la vida de las mayorías son sus actividades compulsivas. Cualquier síntoma de distanciamiento e indiferencia es peligroso en medio de este tumulto. Entrega y lealtad, obediencia e identidad, he allí sus exigencias. Un pequeño desacuerdo con esta legislación pone a funcionar la censura, la desaparición, el silencio y hasta el asesinato.
Toda tiranía sabe como incomodar al descarriado. Con su audacia lo convierte en verdugo del orden y del sistema, es decir, invierte las proposiciones: ella se transforma en víctima de aquel que ha ejercido su derecho a disentir, a “abrir la boca” ante la maquinaria gregaria, global opresora. “El poder es repulsivo como los dedos de un barbero”, escribía el poeta ruso Osip Mandelstam. Los dedos de un barbero en el cuello del incómodo, del que echa sal en las llagas pútridas de los tiranos.
No ajena a las condiciones de su época, la poesía, sin embargo, mantiene una activa distancia crítica con lo cual supera el encasillamiento autoritario en dogmas, sectas, escuelas o doctrinas políticas, religiosas, literarias, académicas. La poesía nunca es una cuestión de segunda importancia. No admite ser esclava de dictámenes tiránicos. Su ganada autonomía en la modernidad, le permite tener la valentía y la altivez suficiente para vivir en confrontación con aquellos que la utilizan, ningunean o desprecian. Esta es una apuesta que une al poeta con aquel intelectual que perturba el statu quo, con el que desacraliza los imaginarios marmóreos de la cultura estandarizada, los estereotipos anquilosados del pensamiento y de la sensibilidad.
Más que buscar consensos, el poeta y el intelectual deben procurar establecer disensos con los lenguajes de las actuales tiranías cuyos discursos se han convertido en espectáculos mediáticos, efectistas e impactantes. Mantener una actitud de confrontación y aprovechamiento. He allí la activa ambigüedad del poeta y del intelectual: estar dentro de la globalización y en la periferia de la misma. En el adentro como críticos no conciliadores; en la periferia como sujetos reflexivos, combativos, resistentes, no escapistas.
Estar adentro y afuera. Estrategia del caballo de Troya ante los mecanismos de autoridad y de conservación. Ello significa aislamiento y solidaridad, fortaleza y vulnerabilidad, lucidez y riesgo. Claro, el precio que se paga por asumir dicha estrategia es el ser considerado un indeseable social, no cooperante, un paria antipatriota. Quizá el distanciamiento crítico sea también su mayor ganancia, mayor que la de obtener recompensas, premios y reconocimientos por las instituciones, las cuales muy poco tendrán en cuenta su incómoda obra. Sin embargo, esta postura, nos lo advierte Edgard Said, permite “ver cosas que habitualmente pasan inadvertidas a quienes nunca han viajado más allá de lo convencional y lo confortable”, a la vez que produce la satisfacción de “ser capaz de experimentar ese destino no como una privación o como algo que debe lamentarse, sino como una especie de libertad, como un proceso de descubrimiento en el que realizas cosas de acuerdo con tu propia pauta”.
Tomar este riesgo intelectual es asumir la contienda y el debate como fuerzas que motivan para seguir creciendo y pensando al filo de las navajas. Contienda contra los esquemas sectarios y discriminatorios que no aceptan la alteridad ni la diferencia. Peligrosa opción que asumen el poeta y el intelectual cuando defienden la heterodoxia y la discrepancia, la pluralidad y diversidad de opiniones dentro del pluralismo totalitario global y en los regímenes de tiranías mediáticas y mercantiles contemporáneos. Riesgosa condición, pues en su ethos no está el evadir la responsabilidad que les corresponde como creadores y pensadores, ni el de recluirse en la función del hiper-especialista académico el cual ignora los estruendos que a su alrededor la historia produce. Expectantes y activos, dubitativos y escépticos, su actitud de mantenerse en el adentro como sujetos no conciliadores, y en la intemperie como combativos no escapistas, queda salvada.