Por Iván Beltrán Castillo
Durante los últimos tres años, como un leitmotiv o un llamado ritual, quise entrevistar a Matilde Espinosa, no solamente porque la admiraba como poeta, como rebelde y como mujer, sino porque presentía -certeza soterrada, vanidad inevitable- que iba a lograr una pieza temblorosa, clarividente y expresiva, como la que urdí, en enero de 2004, con Débora Arango, cuando, en medio de la dificultad que planteaban sus 92 años, dialogamos por espacio de cinco horas en la quimérica casona de Envigado donde pasó sus últimos años, acompañada del tropel de sus recuerdos, y que fue publicada en la revista Diners, con unas espléndidas fotografías de Carlos Duque. Pero cada vez las cosas se complican más para aquellos reportajes esenciales que ponen en riesgo la estabilidad y las costumbres del lector, y que escapan, galopantes, de los clisés y las exigencias mercantiles de la hora presente, cuando la gran prensa ha sido carcomida por el pragmatismo de los gerentes comerciales, los infiltrados ideológicos y los celestinos del analfabetismo... En pocos meses todos los directores de los medios, con quienes trabajé largos años, habían perdido el apetito por el reportaje, por la belleza y, lo que es peor, se mostraban desganados frente a la verdad. Por eso nadie quiso aceptar mi reportaje con la gran Matilde, aunque las disculpas fueron gentiles, diplomáticas y del todo falaces. Ese encuentro, que ya no será, queda entonces para siempre en ese espacio sagrado de los hechos imperiosos que no sucedieron, en la nación de los sueños abortados y los abrazos incumplidos, y recuerda la frase de Borges según la cual “Solo los dioses pueden prometer porque son inmortales”. A continuación el poema leído en homenaje a su memoria, como “un minuto de palabras”, durante la celebración del Día Mundial de
“UNO DE TANTOS DÍAS”
Matilde Espinosa *
Me sumerjo
en las claridades nocturnas
para entender mejor el medio día.
Umbrosa recojo las pavesas
de quienes fluye el asombro
debajo de las frondas crepusculares.
Alas angélicas o simplemente desvaríos
de una infancia que empezó con el tiempo.
Distraída busco la esperanza
sobre los pliegues del día lento
como el vuelo del pájaro que pasa.
Los árboles se agitan
y sorprende el mensaje tímido y sudoroso
del instante.
Por la insistencia de saber
que los días se van
con sus oros deshechos y sus danzas festivas
donde mueren las rosas.
Todo magnificando la soledad
floración de congojas altiva incertidumbre
de tener otra vez esas gotas
de sol entre las manos.