Nada más peligroso en una situación compleja como la que vivimos, de hecho según Morin toda situación es compleja, que caer en el fácil juego de los reduccionismos. Por esta vía, la falaz objetividad de las encuestas o el señalamiento público, se convierten en criterios que permiten dirimir acaloradamente lo que requiere otros escenarios de discusión, reflexión y acción.
Una de esas estrategias reduccionistas, utilizada por gobernantes autoritarios como es el caso de Uribe, en Colombia, consiste en agitar el sentimiento chauvinista para justificar sus burdas equivocaciones en política nacional e internacional y que ponen de manifiesto un desprecio rampante por quienes no comulgamos con sus actuaciones mesiánicas, prepotentes y camorreras argumentadas con un lenguaje de capataz de finca.
La polarización es una de esas palabritas del léxico reducido y “pragmático” del combo uribista que, desde palacio, y a través de su ventrílocuo de cabecera; usa para describir una supuesta situación nacional, conformada por dos bandos en extremos irreconciliables, y cuyas acciones y actitudes se definen con referencia a un supuesto paradigma nacional: la seguridad democrática.
Por esta vía, supuesta, toda situación o hecho es entregado para su valoración a una hipotética “opinión pública” que adhiere o rechaza, mediante el mecanismo perverso de las encuestas, y cuyos resultados son difundidos con bombos y platillos como la santa verdad. Opinión pública que es prefabricada, manipulada e interpretada de manera coyuntural y prescindiendo de cualquier asomo de memoria histórica que permita darle profundidad a esos hechos.
Así, las piezas del rompecabezas se arman siempre al calor de los acontecimientos y de las necesidades del poder reinante y de su coro, los medios de comunicación; lo que les impide abstraerse a la abrumadora sucesión de hechos para dar sentido a lo que acontece.
Pues bien, ante estas maniobras que ofenden y buscan desplazar el ejercicio de la controversia y la democracia, no queda más que develar lo que pretenden soslayar: ejercer un desprecio rampante por la dignidad del pensamiento y la diferencia en nombre de una unanimismo mesiánico y delirante. Para ellos el pensamiento es algo inútil pues cuestiona su ejercicio de razón instrumental en la que el fin justifica los medios.
Cada día es más difícil expresar una reflexión, producto del ejercicio del pensamiento desinteresado y ajeno a las exigencias del poder, sin ser criticado de traidor, apátrida y similares. Cada día es más evidente la condición de indignidad que se ejerce, por parte del gobierno y sus corifeos, contra quienes nos arrogamos el derecho a pensar y a disentir en contravía de los resultados de encuestas, de marchas y de conciertos.
Recordemos que agitar este marbete de indignidad contra sus detractores, ha sido una de las estrategias usadas, en todos los tiempos, por gobiernos autoritarios que como el de Uribe, pretenden convencernos, a sangre y fuego, de remedios que, a la larga, resultan peores que la enfermedad.
Como lúcidamente lo señala René Char:
“Acordémonos de que ese cáncer, bajo el nombre de fascismo, ha comenzado por devorar una nación, luego otra. En la actualidad está agazapado en el inconsciente de los hombres, en particular, de aquellos que se declaran sus peores enemigos... Ese mal, en el cual nos hemos detenido a pensar, es el desprecio del prójimo: una especie de indiferencia colosal con respecto a la inteligencia de los demás y de su alma viviente. ¡Una intolerancia de dementes! ¡Su caballo de Troya es la palabra felicidad! Y yo creo que eso es mortal. No se trata de un peligro relativo sino absoluto.”