El 14 de diciembre de 1957, Albert Camus, en la conferencia “El artista y su tiempo”, pronunciaba estas palabras: “el artista, sancionado o elogiado como tal, lo quiera o no, se ha embarcado. ‘Embarcado’ me parece aquí un término más preciso que la palabra ‘comprometido’ (…). Todo artista está hoy embarcado en la galera de su tiempo”. A principios del siglo XXI estas sentenciosas palabras se nos presentan más actuales y robustas que nunca. Sin embargo, nuestra barca ha cambiado de tripulación, se han mutado los vientos y navega sobre océanos más problemáticos. Hoy las tormentas del tiempo arrasan con los pocos instrumentos de navegación y, aunque algunos todavía tratan de visionar algo desde los altos mástiles, sus catalejos son obsoletos frente a la realidad de las cartografías rápidamente cambiantes. Seguimos embarcados, es cierto, pero se nos hace más difícil el viaje, mayor la sensación de naufragio.
Sí, hoy vivimos en sociedades de contrastes, de paradojas y contingencias. Entre la unidad y lo disperso; entre lo unidimensional y lo múltiple se mueven los distintos discursos que levantan
El no concederle más crédito a las ideologías no significa que hayan desaparecido. Por el contrario, su manifestación es contundente, si bien no de la misma forma con la cual ejercieron tanta influencia en los últimos siglos. Cierto, la desconfianza y la puesta en duda de las utopías modernas es patética. Esas maneras de centrar la realidad en busca de un historicismo trascendental se han debilitado. Sin embargo, otros relatos han surgido con mayor fuerza de unificación universalista, con pretensiones de hegemonía global en todos los órdenes. Hijos de la racionalidad instrumental modernizadora; herederos de la visión expansionista e imperial, ellos proceden a enriquecer el simulacro de la heterodoxia, instaurando un totalitarismo plural y un pluralismo totalitario, con un pensamiento único, fiscalizador de las diferencias. Los nuevos macro proyectos del capital global (mercado y medios) impulsan la idea de libertad de gustos y de escogencias; registran en su agenda la ilusión de una democracia real; edifican la mentira del aquí todo vale y es posible. Pero mayor es nuestra sorpresa y más grande nuestro asombro al comprobar el verdadero rostro de sus propietarios. En este pluralismo autoritario- paradoja actual- ¿en qué quedan convertidas las divergencias ideológicas contestatarias, las protestas/propuestas a la mundialización cultural y económica? ¿En simples simulacros democráticos? Democracia ilusoria, autoritarismo real.
Sensibilidades masivas conciliadoras
Ese mismo 14 de diciembre del 57, Camus también lanzaba esta premonitoria afirmación: “Lo que caracteriza a nuestro tiempo, es la irrupción de las masas y de su condición de pobreza ante la sensibilidad contemporánea”. En efecto, Camus fue testigo de la irrupción de un capitalismo que, a medida que globalizaba el mercado y los oligopolios mediáticos, facilitaba la irrupción de la pobreza no sólo material sino espiritual en grandes proporciones, creando la sensación de fracaso de toda actitud crítica valerosa. En la actualidad la balanza está en definitiva desequilibrada. Mientras se legitiman y se les da voz a inmensas simbologías ideológicas de las instituciones, se excluyen a las minorías que marcan diferencias, distanciamientos, contradicciones. La intemperie es entonces el espacio del sujeto creador crítico. Por ello, recordando de nuevo a Camus, crear hoy es crear peligrosamente; sobre todo, en una sociedad que exige del artista un arte de pasatiempo refrescante. Las instituciones normativas del arte aplauden la des-responsabilidad del artista respecto a su entorno y llenan de premios al arte que satisface las preferencias del cliente y de los propietarios del gusto.
A la sociedad actual, al mundo cotidiano, azotado por visiones ecónomas y mediáticas empiro-pragmatistas, poco le interesa un pensamiento de sabotaje, un arte de renovación. El desgarramiento lúcido, la pérdida de gratas cadenas, el sentir las fuertes borrascas de una historia sombría, la duda ante entronizados ídolos, el abordar nuevas orillas, quizá no esté en los propósitos de algunas de las actuales sensibilidades. Éstas se han vuelto, por el contrario, inquisidoras y ultraconservadoras. Señalan y juzgan a la alteridad alterada; apoyan redes de informantes, son cómplices de las nuevas hogueras. Los versos del poeta Odiseas Elitis no pueden ser más actuales: “Llegaron vestidos de ´amigos´ /incontables veces mis enemigos,/ pisando el antiquísimo suelo,/ ofreciendo los antiquísimos dones./ Y sus dones no eran/ sino sólo hierro y fuego./ A las manos que abiertas esperaban/ sólo armas humo y fuego”. Proceden, pues, estas sensibilidades, seducidas hasta el límite por una paranoia extremista, a institucionalizar la homogeneidad sin peligro. Sufren, en fin, de ingenuidad aterradora; aplauden la hiper-vigilancia total.
Hacia una escritura de ideas
Este es nuestro tiempo; época de interesantes y aterradores cambios. Época para estar “embarcados” con una actitud valiente y abierta al calidoscopio que nos signa. Tiempo donde la vida es considerada, por los más recientes mercaderes, algo usable y desechable. En las redes de este sistema-mundo, que nos estrangula con un dolor muy dulce, son permanentes las actitudes de miedo o de silencio. Las palabras críticas entonces caen en desuso, se archivan, son actitudes de algunos “locos del pasado” ahora museificados. La espectacularización de lo trivial y de los asesinatos, las ideologías de la eficacia y del utilitarismo, los lenguajes administrativos y ecónomos que están invadiendo todos los campos de la educación y la cultura, son hoy más escuchados que el diálogo reflexivo y que la inteligencia analítica. Ante ello, no podemos cantar al unísono con estas atrocidades. De allí la urgencia de una escritura de Ideas que supere la actitud conformista de aquella escritura asumida como promesa de éxito y prestigio rápido. Un no rotundo al deseo de instaurar de nuevo la monstruosa frase del nazi Goerin: “cuando me hablan de inteligencia, saco mi pistola”; un no a la tendencia de legitimar la idea del fracaso del arte; un no contundente a instaurar entre los ciudadanos la horrenda concepción que insinúa que aquel que ha puesto a funcionar su crítica reflexiva en contra de los lineamientos de autoridades impositivas es “contra-reformista”, “antipatriota”, “antiprogresista” y “ultraconservador”. Se cambian así las perspectivas. Ahora resulta que los rebeldes son los verdugos y los victimarios las víctimas. Ambigüedades del Totalitarismo plural contemporáneo.
* Ensayista y poeta colombiano
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