Se fueron sin pagar las cuentas

Por Gustavo Tatis Guerra *

Los catorce paramilitares extraditados estarán presos en los Estados Unidos, pero ya no hablarán jamás de sus crímenes de lesa humanidad en Colombia, sino de sus vínculos con el narcotráfico y lavados de activos, es decir, serán juzgados por una sola razón. La intempestiva extradición del martes 13 de mayo, se produce un día antes de las audiencias programadas ante los Tribunales de Colombia. ¿Cómo puede entenderse eso ante la expresada voluntad de ambos gobiernos de seguir cooperando para obtener justicia? —eso se pregunta una cercana amiga abogada—. ¿Qué costaba esperar un día, dos o tres de esta misma semana para escuchar en indagatoria a algunos de los paramilitares en mención? Una decisión histórica como la extradición no necesariamente tenía que obstaculizar algunos procesos de la Justicia nacional. ¿No es acaso el gobierno colombiano el mejor informado de cada paso judicial que se adelanta en los procesos contra paramilitares?

Los únicos perdedores hasta ahora son las víctimas de más de 30 mil colombianos masacrados que hoy están bajo tierra. El único ganador desde ya es el más hábil de los presidentes de toda la historia colombiana, Álvaro Uribe Vélez, cuyo golpe de opinión le permitirá hacer invisible los propios escándalos y potenciar la plataforma de una nueva elección. Pero también es una ganancia para el presidente Bush. La extradición no significará el fin del paramilitarismo en Colombia y mucho menos la reparación de las víctimas.

Luego de escuchar al procurador colombiano, se percibe la fragilidad de la concepción de la justicia: si no somos capaces de juzgar en el país los crímenes de lesa humanidad y llamamos a nuestro vecino más poderoso para que nos juzgue a medias los delitos cometidos en casa, ¿esa no es acaso una prueba de nuestra incompetencia? Nos acostumbramos sin vergüenza a la inconsistencia e ineficacia de la justicia colombiana como lo más natural. ¿Quién puede confiar en nosotros si persistimos en la impunidad? ¿Quién puede creer en un barco a la deriva que busca un buque que lo ayude a navegar y zarpar? Nos ufanamos de los logros de nuestro vecino como si fueran nuestros y nos seduce el canto de las sirenas, porque hemos modelado nuestro espíritu con el estigma de lo efímero. Somos como ese vecino que toca la puerta del otro vecino para que le arregle la cañería que se rompió y por donde fluye desde hace siglos la alcantarilla. El engañado se dice para consolarse: “Hay que perfumar la casa ante ese mal olor”, pero no cambia la cañería ni resuelve de raíz el problema. Así andamos.

Hace poco el embajador americano, William Brownfield, dijo a propósito de la extradición de Macaco que aquello le convenía a las dos sociedades: “A Colombia porque se libera de una persona dañina y a Estados Unidos porque obtiene justicia”. ¿Es que a Colombia no le interesa acaso aplicar y obtener justicia? ¿Qué hay detrás de esta táctica presidencial? ¿Un apoyo a Bush para que el Congreso apruebe el tratado de libre comercio con Colombia y refuerce el Plan Colombia? Un sabor incierto y errático deja la posición de nuestro Comisionado de Paz al declarar que “Nosotros seguimos investigando desde acá”.


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* Poeta colombiano. Premio Simón Bolívar de Periodismo. Director de las páginas culturales del Universal de Cartagena