¿Quiénes ganan con la guerra?

Por José Chalarca *

Nadie gana una guerra y esta es una verdad que los hombres han venido probando desde que ocupan la superficie del planeta. ¿Por qué a pesar de esta verdad que ha costado tanta sangre seguimos guerreando?

Motivos para explicar y justificar la guerra siempre los ha habido y los habrá pero de todos el único que no se esgrime, aunque sea el más poderoso, es el de quienes ganan con ella.

En esa nómina cuyos integrantes no se exponen a ningún peligro ni corren riesgo alguno están, primero, los fabricantes de armas. Las fábricas de armas figuran entre las industrias más prósperas de los países desarrollados cuyas ganancias les permiten financiar programas de investigación científica para construir armas cada vez más efectivas y letales.

Ganan los fabricantes de vehículos de transporte terrestre, marítimo y aéreo. El gran desarrollo de la industria automotriz recibió un fuerte impulso con la Segunda Guerra Mundial; un ejemplo puede ser el de Hitler quien con la excusa de producir un vehículo de bajo costo y consumo reducido de combustible, que además no requiriera de mucho agua, obtuvo del señor Porsche el emblemático Volkswagen escarabajo que probó su eficacia en las campañas del führer en el norte de África. La industria naviera perfeccionó los submarinos y produjo los gigantescos portaaviones que pregonan en los mares del mundo el poderío de de las grandes potencias. La aeronáutica se dio a la producción de aviones de combate cada día más ligeros y maniobrables, capaces de desafiar y sobreponerse a condiciones atmosféricas adversas que impidan cumplir con sus objetivos de combate.

Ganan las industrias de las comunicaciones que producen y proveen de equipos de radio, de telefonía satelital, de radar; de sistemas de rastreo y alarma que permiten detectar la presencia de objetos extraños a grandes distancias y con el máximo de precisión.

Gana la industria farmacéutica que con base en los traumas de guerra, en las enfermedades y dolencias adquiridas por las tropas en los campos de combate, producen nuevos fármacos.

Ganan las industrias textileras que confeccionan los uniformes y las de productos alimenticios que proveen raciones de campaña con el mínimo de volumen y el máximo de valor nutritivo para alimentar a las tropas.

Y como se vio en el momento en que los Estados Unidos declararon el fin de la guerra en Irak, ganan también los grandes consorcios de la construcción que concurrieron a las multimillonarias licitaciones que se abrieron para la reconstrucción de las ciudades y los pueblos destruidos en desarrollo del conflicto.

En Colombia, además de las transnacionales que suministran material de guerra, gana la fuerza pública que se lleva la tajada más suculenta del presupuesto nacional y sus efectivos que por el tiempo extra que les reporta su estancia en zonas rojas o de conflicto armado, pueden pensionarse con menos tiempo de servicio que el resto de los nacionales.

Ganan también los medios porque desde el momento en que se impuso el amarillismo periodístico, la emisión de las noticias de muerte, de tragedia, robo, asesinato y secuestro, les significa mayor sintonía y, por supuesto, la preferencia de la industria y el comercio para sus campañas publicitarias.

Si a las suculentas ganancias de los proveedores se le suman los efectos colaterales de la guerra entre los que pueden aducirse el control de la población del mundo y la oportunidad para las investigaciones científicas en todos los campos de interés humano, la guerra solo se acabará con la extinción del último hombre. Además porque quienes hacen la guerra no son los ejércitos con sus generales y sus tropas sino los potentados que detentan las riquezas del mundo, que actúan siempre sobre seguro y tienen los medios para garantizar su sobrevivencia.

* Ensayista y narrador colombiano