Al lado de Leo Matiz, Carlos Caicedo y otros grandes fotógrafos, escribió con luz el discurrir del siglo XX colombiano. Capturó con su lente los rostros y el rictus de quienes tendrían papeles protagónicos –no siempre dignos y loables– en la enorme, desaforada y contradictoria farsa nacional. Nacido en Ibaqué en 1931, empezó su quehacer a los diez años y no concibe la existencia sin su oficio minucioso. Ácido crítico de la misma sociedad a la que retrató, aceptó exorcizarse para Con-fabulación.
¿Cómo definiría a la sociedad colombiana, a la que capturó con sus cámaras durante más de cincuenta años?
Es una inmensa alcantarilla que ha fomentado la injusticia perpetua. Mi relación con el poder fue continua pero distante, aunque muchos siguen creyendo que fui uno de los elegidos. La gran certeza de mi vida es que las amistades importantes no sirven para absolutamente nada. Aquí reina la desmemoria, la zancadilla, la traición y, colofón melancólico, la lagartería, ciencia de los arribistas, práctica que me es odiosa: si yo hubiera sido “lagarto” habría llegado más lejos que Plinio Apuleyo Mendoza.
Háblenos de otros protagonistas de nuestra hoguera de las vanidades.
Un país no puede funcionar bien, ni encontrar su horizonte, ni paladear la mieles del encuentro, ni ser justo, ni hacer una repartición sabia de lo que tiene en caja, si en él son importantes y decisivos nombres como el de Gloria Zea, Belisario Betancur, Plinio Apuleyo, la revista Soho, Ivonne Nicholls o Daniel Samper Pizano.
¿Daniel en su lista negra?
Voy a contarle algo... Cuando apareció el Sida anunciando su tarea luctuosa, Daniel Samper creyó que había encontrado un filón más para sus artículos pillines y se dio a la horrible tarea de hacer humor con la tragedia. Aquello era como leer comedia sobre el Apocalipsis. No sé si Samper se arrepintió luego pero el daño ya estaba hecho. Él es en el fondo un homofóbico... debería saber que no es de nuestro tipo... pero no voy a polemizar al respecto: sería como polemizar con el doctor Turbay sobre homosexualidad y estética, o con el doctor Uribe sobre democracia.
¿Qué piensa de Álvaro Uribe Vélez?
Soy uribista. Después de muchos años me he convencido de que es cierto aquello de que los pueblos tienen los gobiernos que se merecen. Y Colombia se merece a Uribe: es el fascista perfecto, La horma exacta para nuestros horribles zapatos. Resulta indispensable para manejar esta gleba de insensatos, de zalameros y traidores...
Hablemos de pintura: usted fue el gran amigo y el retratista de los más importantes creadores del país...
Fui amigo de Obregón, Botero y Grau: lástima que ya estén muertos.
Esa frase parece más venenosa que nostálgica…
Todos dejaron de pintar muchos años antes de abandonar los pinceles. Botero se masificó... el último verdadero cuadro lo pintó hace treinta años. Obregón dejó de pintar en 1.970 y la sobreactuación de Grau duró tres décadas. En mi casa no tengo ya ninguno de las obras que me regalaron. No dejé para mi gozo sino un cuadro de Guillermo Wiedemann y con eso tengo suficiente.
¿Usted tuvo una estrecha relación con el ex presidente Betancur?
¿Cuál relación? Hace por lo menos diez años que una distancia insalvable se instaló entre nosotros. Su gobierno desastroso, su actitud de escapismo frente a la deuda que tiene con la historia colombiana, su lobería perpetua, su triste concepción de la cultura, me impiden recordarlo con un mendrugo de benevolencia. Detesto la traducción señorera que hizo de Constantin Kavafis, uno de los poetas que llevo conmigo como un relámpago esencial. Fui yo, también, el que le presentó a Yourcenar y tiempo después supe que, derrochando su folklorismo se presentó en el apartamento neoyorkino de la escritora para conocerla. Ella lo recibió, seguramente porque no sabía quien era...
¿Cómo era Alejandro Obregón?
Su personalidad era tan exuberante como su pintura. Una pesadilla colorida y genial. Acabó con mi apartamento en varias ocasiones. La más inolvidable fue una en la que, después de beberse tres botellas de Pernou, en compañía de Cepeda Samudio y Antonio Panesso Robledo, dispuso su artillería salvaje contra el eterno colaborador de El Espectador. Fue cuando le dijo: “¿Qué frasecita genial nos tienes para mañana, Pangloss de mierda?”... Panesso que era muy proclive a sentar cátedra recitó una frase y ahí fue Troya. Alejandro se obsesionó con lanzarlo por la ventana, y ante los esfuerzos que hicimos Cepeda Samudio y yo para detenerlo, optó por despedazar mi casa... tuve que echarlos a la calle bajo un tremendo chubasco y terminaron con neumonía, pero la cosa jugó a favor de los damnificados porque Obregón pintó durante su convalecencia una espléndida serie de dibujos eróticos y Cepeda Samudio escribió
¿Qué fuerzas minan a la cultura colombiana?
Ser el antro de una burocracia cada día más pestilente, inexpugnable, kafkiana y absurda. Haberme enfrentado contra ese tejido aborrecible me costó bastante caro. Sus siniestros alfiles me detestan. Así es como me han echado de muchos sitios, entre ellos de
¿Cuál es el propósito de su presente?
La tarea a la que me aplico es volverme cada día más cínico.
El universo que le tocó en suerte era muy bohemio y utilizaba el alcohol y la droga. ¿Usted también visitó los paraísos artificiales?
Probé la hierba y la cocaína, pero nunca bajo la creencia de que su uso significara algo trascendente y fundamental, ni de que sus usuarios fueran elegidos, videntes, mártires irredentos, utopistas, malditos geniales o profetas desesperanzados.
¿Cuál debe ser el decálogo del gran fotógrafo?
El fotógrafo es un voyeur y como todos los mirones debe acostumbrarse a que lo echen de la fiesta. Su presencia enrarece la atmósfera de los lugares y parece capaz de desnudar rostros y ciudades.
¿Cómo lo tratan los que manejan en la actualidad la fotografía colombiana?
¿Quiénes son los dueños de la fotografía? Es tolerable que existan y se subsidien de nuestro arte? Recuerdo una historia muy ilustrativa: hace un tiempo Felipe López Caballero organizó un almuerzo en el jockey Club, únicamente para decirme que no me iba a pagar mis fotos... lo curioso es que el almuerzo costó una fortuna. Gloria Zea, por su parte, lleva treinta años ofreciéndome una exposición en El Mambo que nunca llegó a realizarse, Gonzalo Canal hace libros con fotos que no cancela y la señora Gilma Suárez, dueña del Foto Museo y capo di mafia de la fotografía, se jacta diciendo que no hay dinero para pagarle a nadie y que los artistas debemos conformarnos con que nos de la oportunidad. Como sucede con todo en Colombia son los mercachifles y los intermediarios los que hacen fortuna mientras que quienes gastamos la vida disparando una cámara estamos a la deriva.
Durante el fragor lúdico y revolucionario de los sesentas, usted estuvo muy cerca de los Nadaístas. ¿Qué recuerdos tiene de ellos?
Creo que eran muy talentosos pero su imagen de escritores malditos, pérfidos sacerdotes de la lujuria y el desenfreno y grandes convocadores de actos sacrílegos es completamente falsa. Gonzalo Arango me parecía un tipo bello pero ordenado, ingenuo y muy equilibrado. Casi una señorita. Todo lo contrario de lo que pueden imaginarse las personas que persiguen y fomentan esta leyenda literaria. Jotamario y Jaime Jaramillo tienen la virtud de haber dado la batalla contra los años y no dejarse barrenar, como lo han intentado sus detractores en innumerables ocasiones.
¿Cómo vislumbra el porvenir de Colombia?
Colombia no tiene remedio... habitamos una Siberia cultural. Nuestra historia es un enorme desatino: en este país ha pasado de todo, y finalmente no ha pasado nada.
¿Siente nostalgia?
¿Cómo no voy a sentir nostalgia? La mitad de los que retraté están muertos... y la otra mitad en la cárcel.