Por Mauricio Contreras Hernández
Circula por ahí la expresión “literatura sicaresca”, la cual designa una producción editorial (no sólo literaria sino también televisiva y cinematográfica), relativamente reciente y de corte parroquial, dedicada a exaltar, difundir, retratar el mundo y los personajes asociados a la nefasta cultura del narcotráfico.
Predomina en estos libros y películas el uso que, por obra y gracia de la pobreza de los escritores y/o directores, se convierte en abuso de algunos modos expresivos, propios de estos grupos marginales. El uso indiscriminado de este ingrediente exótico ayuda a vender con éxito estas producciones en distintas latitudes, empezando por la nuestra.
Es así como libros, telenovelas, películas atosigan con esta jerga (“parlache” es la más reciente palabra para designarla) que excede a personajes, tramas, dramaturgias o a cualquier intento estético y hasta documental. Tal es la fuerza expresiva de estos giros lingüísticos que se convierten en los protagonistas efímeros de cualquier historia, más allá de una elaboración crítica de las condiciones que los hacen posibles, tales como su historicidad, su marginalidad, su apropiación y su uso contestatario ante el lenguaje unívoco del capitalismo.
Más allá del personaje, de sus avatares está la palabra o la frase contundente que descalifica, condena, exalta o tiñe de ambigüedad aquello que nombra. Hartos estamos de ellas para repetirlas aquí, aún a modo de ejemplo. No sobra decir que esta crítica no pretende desconocer, ni mucho menos descalificar esta expresividad en su génesis ni en sus usos cotidianos.
Todo esto es un pretexto para hablar de la más reciente novela del escritor Carlos Flaminio Rivera, titulada La cita, la cual fue publicada por Pijao editores, en un esfuerzo editorial encomiable.
En esta novela, la trama es sencillamente eso: una cita. Una cita que no llega a concretarse, entre un hombre del bajo mundo y alguien del otro mundo, quizás político, comerciante, cliente o todas las anteriores. ¿Para qué es la cita? quizás la realidad política de nuestro país nos ayude a responder este interrogante apenas insinuado en la novela.
En ese tiempo vertiginoso, todo ocurre en un centro comercial, espacio de los tránsitos cotidianos y anónimos; el autor logra rastrear los orígenes y la historia de un personaje despiadado y siniestro en su máscara frente al mundo pero frágil, solitario y sin alegrías cuando desnuda sus recuerdos.
Y es aquí donde encuentro las virtudes de esta novela. A través de la evocación, su autor construye una polifonía de voces, más aún de lenguajes que muestran su exhuberancia, su complejidad componiendo un fresco en el que se articulan las claves de la existencia de este personaje.
Además, esta pieza coral revela cómo es posible, con maestría más que con fórmulas comerciales, explorar de manera irónica las condiciones de una sociedad que expulsa hacia sus márgenes, negándoles los mínimos derechos, a tantos niños y jóvenes que llegan a convertirse en personajes tanto o más siniestros que el de esta novela.
En esta novela, los personajes son los lenguajes que, con destreza y altas dosis de poesía, permiten recrear distintas atmósferas, otras realidades, desde la intimidad de un diálogo a voces. En medio de tanta algarabía picaresca, esta novela merece leerse.
El prurito de editor me obliga a señalar lo descuidado de la edición. Abundan las erratas, sobre todo en la ortografía, y el papel de la carátula, una vez abierto el libro, nunca más vuelve a cerrarse. Para tener en cuenta en un proyecto editorial tan necesario.