Servidumbre simbólica

Por Carlos Fajardo Fajardo

(Poeta y ensayista colombiano)

En nombre del “realismo” y de lo pragmático se ha impuesto un deber social: identificarse con el capitalismo internacional, aceptar su perpetuidad, asumir sin rebeldía su omnipotencia global. En nombre del mercado, de la competitividad, del libre cambio, de las privatizaciones neoliberales y de los chovinismos, se exige defender una actitud complaciente, agradecida con los mecanismos del sistema imperial planetario. Sed realistas es el slogan de la democracia simulada; es decir, sed indulgentes con la dictadura de los mercados financieros y de los medios de comunicación.

He aquí un mecanismo sutil, casi invisible, de coacción, de censura y control, que provoca un dolor dulce, sin el rechazo ni la repugnancia del ciudadano. Éste, la mayoría de las veces, entra a las reglas del juego que el régimen instaura a través de manipulaciones publicitarias y propagandísticas. Con gratitud y satisfacción, las instituciones del poder observan cómo los ciudadanos aceptan conformes, y en consenso, las reglamentaciones impuestas deliciosamente. Ser realista, entonces, es asumir sin queja un adoctrinamiento exquisito, aunque despiadado, que nos seduce y agrada. A esto le llaman tener una mentalidad patriótica, nacionalista, de triunfo y de eficacia.

Bajo las presiones de los poderes económicos y mediáticos, a los ciudadanos les queda poco espacio para proyectar sus inquietudes desde una democracia participativa. Para éstos no existen garantías reales de trascender como individuos si no cumplen con auto eliminarse como sujetos independientes, críticos y autónomos. Esta es la tragicomedia cínica de los actuales despotismos: dominar con mayor “delicadeza” sin que el dominado se de cuenta de ello. Y, por supuesto, a dicho despotismo se le asume con cierta despreocupación, se le tolera por ignorancia u omisión. Peligrosa manera de habitar entre seductores cuchillos ideológicos; paciente forma de soportar con delicia la enajenación de la vida.

La manipulación se hace evidente. Es cuando una complicidad con el poder, en silencio o pública, surge entre la mayoría de los ciudadanos. Un aplauso eufórico y embriagante al déspota se deja escuchar. Desde ese momento la lógica de la razón crítica sede a la lógica de la razón utilitarista, cínica y “realista”. A todo aquel que no coopere con lo impuesto por el autócrata de turno el mal lo circunda, una culpa moral colectiva lo condena a ser expulsado del gran templo. Las dictaduras, en otras épocas temidas por su brutalidad física y política, son ahora aceptadas con su brutalidad simbólica. Dictaduras con manipulaciones informáticas e imaginarios de derecha tele-globalizados por el capitalismo trasnacional; promesas de simuladas felicidades. “Sometimiento elegante”, le llama Ignacio Ramonet, el cual “no trata de obtener nuestra sumisión por la fuerza, sino mediante el encantamiento, no mediante una orden, sino por nuestro propio deseo. No por la amenaza al castigo, sino por nuestra propia red inagotable de placer”.

Claro, el masivo consumo de hiperinformación oficialista, con su indigestión telemática y saturación de noticias, nutre este delicioso despotismo. Del apetito vivaz informático pasamos a la llenura banal mediática. La sobreabundancia informática suprema provoca desinformación extrema. En todo este proceso, la idiocia trivial es el síntoma de ciertas sensibilidades que no desean una explicación argumentada de los acontecimientos, sino máxima excitación y emoción visual.

Por tanto, la distorsión de la realidad, propiciada por los grandes medios de comunicación en los Estados autistas y autoritarios, es un campanazo para estar alerta en todo momento; es un gran desafío para los ciudadanos comprometidos con rasgar el velo de aquellos imaginarios seductores que fomentan un adoctrinamiento exquisito.