Eternidad visible: María Clara González

Por Jaime García Maffla

Más que anhelar, debo ceñirme en cuanto me sea posible, al significado exacto, tenso, y hondo de los versos de este libro Eternidad visible (Colección Los Conjurados, 2008). La palabra poética nació como canción y como letanía, cuando aún no se habían precisado las formas de las lenguas… Sí, pero se definió en el vuelo lírico hacia la imprecisión del sentimiento.

¿Y quién cantó en ese instante –antiguo– del nacer de la lengua poética? El alma –o, si se prefiere, el espíritu– de todos los seres y en una sola voz que, no por azar, fue la primera voz ritual del Canto. Pero dice la autora:

Tras el manto del aire

–alto en el cielo–

Se escoden las palabras.

Lo anterior, porque acerca de una obra de poesía no debe hablarse poéticamente, sino y desde un giro semejante, acuñado por María Zambrano, «La Razón Poética», meditativamente. Vamos pues a las palabras y a sus ondas de significación. Así: ¿Qué dicen estos poemas? En lo que de ellos es una primera lectura, salta a la vista todo cuanto, letra tras letra o aleteo, hay de una última y casi agónica redacción, en busca del sentido más pleno y con él, algo de la justeza ante la verdad de la autora:

Al borde del abismo

Hay un deseo anterior al olvido.

Ella elige recordar

También el lenguaje entra en función poética por la evocación. En este libro, la tendencia es hacia el verso ceñido y de arte menor, en una actitud clásica que lleva al poema estrófico. Y la voz es lacónica, baja como el canto de las garzas que llaman y se llaman. Y algo esencial: la afirmación deviene en secreta pregunta, la que inevitablemente se hace por el sentido, en un «llamado místico» en un peculiar tono nostálgico propio de la nobleza de alma y no de alguna anécdota de la persona. Que un poema no dice sino es, lo aproxima a todas las desapariciones (¿qué desapareció al venir el alba y qué al fugaz atardecer?:

Madura el alma

Y traspone dinteles

Indica la autora. Pero, ¿cómo no recordar aquí ese pasaje de María el idilio de Jorge Isaccs? Cuando dice: «Las garzas abandonaban sus adormideros, formando en su vuelo líneas ondulantes que plateaba el sol, como cintas abandonadas al capricho del viento». Aquí, en las sílabas de las palabras de estos versos litánicos hay, también parajes y presencias, sólo que son, en sí mismas dolor y gozo, y aparecen gracias al estremecimiento. No es que ser sea estar, sino que estar es al fin, haber podido ser… Es la vacilación de un vuelo cuyo aire pleno no puede ser otro que el de su propio canto. Y éste en ciertos parajes de elección que también hablan a las palabras o, al mirar de la garza.

Es el vacío, pero si lo pensamos, el aire, el espacio, el cielo están vacíos hasta que son atravesados por un vuelo, lo mismo que esa Nube del no saber, en el Siglo XVII, atravesada sólo por el amor… Dios, recordémoslo, (antes de hacerse humano, como la poesía y nacer en una hendidura de las rocas) se presentó en forma de una leve brisa. Y como ella también se definió. El Amor como amigo –un poema lo dice de tan excepcional forma–, fue ya feliz cincel para las liras del Cántico espiritual:

En un amoroso lance

Y no de esperanza falto.

Volé tan alto, tan alto,

Que le di a la caza alcance.

Y San Juan de la Cruz tuvo junto a sí a la autora de aquella estrofa que en su inicio reza:

Nada te turbe

Nada te espante.

Y en su final.

Quien a Dios tiene

Nada le falta.

Teresa de Ávila ¿Qué es la poesía? «Algo de lo que hacen los poetas…», definió Antonio Machado, pero Danilo Cruz Vélez alguna vez apuntó que los poetas deberían dar, como los hombres de Fe, constancia de la iluminación o del instante en el cual se dio su conversión a la Poesía. Ese es el vuelo de esta garza, desde cuya altura es posible ver los colores de la naturaleza transmutados en los del sentimiento, porque a donde va es hacia el Ser: «Solo espacio interior ilimitado».

Y con la garza, la emblemática escogencia suya para lograr esa «tercera voz del poeta»: la primera cuando habla desde sí mismo; la segunda cuando se habla a sí mismo (es el «tú»), y la tercera cuando el poeta toma una presencia de la vida. Ello, para por esa voz ajena hacer posible el decir de su más íntimo ser. Por senderos matizados estilísti-camente aquí está Gaviota, de Cecilia Buhl de Faber, en la España del Siglo XIX. Pero de la poesía precolombina anónima:

¿Nada quedará de mi nombre?

Al menos flores, al menos cantos…

Flores y olas, arenas de las playa, la rama de algún árbol, hierbas y una voz frágil, aire o agua… Así fue como hacia el sigo IX, nació la lírica de lengua castellana, cuando unos poetas árabes y hebreos (estaban ya ensartadas las cuentas de El collar de la paloma), pusieron su sentir en labios de una joven, y en estrofas a las cuales se denominó Jarchas. Una de ellas dice:

¡Que me quita mi alma.

Que se me va mi alma!

«Volar es doloroso»: ir a un lugar es haber partido de otro, ser llevado es haber sido despojado. Como en las Jarchas, en las estrofas de los poemas de María Clara González De Urbina, y por el cifrado sistema de las analogías –urdimbre de Aire y canto, cielo y vuelo–, el motivo es uno y el mismo. La ausencia…