Réquiem por la cultura

Por Amparo Osorio *

El cerebro de un periodista se llena con tres nombres: el de un deportista, la actriz de moda y el político de turno. Hans Magnus Enzenzberger

¿Por qué se divorció el periodismo de la cultura? ¿Cuándo los espacios dedicados a su difusión en los noticieros radiales y televisivos fueron devorados por la farándula y el deporte? ¿Cómo la cultura en los medios de información llegó a ser la cenicienta y en muchos casos fue condenada a desaparecer? Por qué la frase lapidaria de Enzenzberger debe ser ahora padecida por los verdaderos periodistas?

Hay demasiadas respuestas y responsables; los directores, editores y patrocinadores de los espacios informativos se consideran dueños absolutos del gusto popular, después de una compra paulatina realizada con creciente sevicia a través de los años, y esgrimen la idea equívoca de que al pueblo sólo le interesa deporte más frivolidad, justificando así la diaria ración de bochornosa nadería que han instituido, aplicando con rigor marcial la siniestra frase del movimiento hitleriano en boca de su homicida ministro estrella, el aborrecible Goering: cuando me hablan de cultura, saco el revólver.

Y los periodistas obligados a seguir los parámetros establecidos por los directores de los medios, se han convertido muchas veces en los perseguidores y excluidores de la cultura, haciéndonos recordar a los bomberos de la famosa novela de Ray Bradbury, Farenheit 451, cuyo trabajo era allanar casas en búsqueda de libros que debían ser destruidos por el fuego.

El peligro adosado a la cultura, como eje de conciencia y denuncia, ha sido resuelto con su negación. Es posible que muy pronto, ante esta lógica impuesta del olvido, frente a esta geometría del horror, los cultores del arte, la filosofía y la ciencia, como en Un Mundo Feliz de Aldous Huxley, sean condenados por leer a Shakespeare. Después de eso, es fácil sospecharlo, nada quedará en pie.

Quienes observen un noticiero de televisión, notarán una estructura de tres franjas estrictamente establecidas para cubrir política, deportes y farándula. Es más fácil saber que una diva de telenovela fue embarazada la noche anterior, que enterarse de la muerte de un artista fundamental para el desarrollo de la plástica en nuestro país, a menos que él mismo haya pertenecido a las grandes esferas sociales y oficiales, caso en el cual su nombre será absorbido por la frivolidad hasta hacerse insignificante.

Es posible ver todos los goles de la liga italiana, inglesa o brasileña, o de cualquier equipo profesional, aficionado, e incluso de barrio, pero jamás el registro del importante descubrimiento del científico colombiano Carlos Rincón (bisturí punta de diamante con profundidad única para operar astigmatismo y miopía), ya utilizado en todo el mundo.

Las escasas y brillantes exposiciones de lúcidos congresistas y senadores como Jorge Enrique Robledo o Germán Navas Talero, para citar apenas unos nombres dentro de los grandes debates nacionales, apenas si merecen un pequeño registro tendencioso y miserable en los noticieros de los Canales privados, dejando a los centenares de miles de televidentes en todo el territorio nacional, supeditados a buscar un canal oficial de muy mala señal. ¿Qué hay detrás de esta cortina de humo en el manejo mediático de una información que no informa, y que manipula y canaliza lo que un público debe o merece saber?

Por si lo anterior no basta, tendrá el televidente un minucioso avance de las telenovelas, pero no el registro de la entrega de los más importantes Premios internacionales como el Latinoamericano y del Caribe Juan Rulfo, otorgado en Ciudad de México, el Premio Cervantes de la Academia Española o los Premios Nobel de la Academia Sueca en sus diferentes versiones. Si algo se nos informa al respecto será minuciosamente fragmentario y ajeno por completo a la grandeza de su esencia. Entonces la información cultural ya no será digna de este nombre: Los editores cuidarán de que nadie conserve frente al mundo su peligrosidad.

El receptor verá, a cambio de la verdad ausente, frívolas presentadoras semi-analfabetas haciendo apología de la moda criolla, o destacando escandalosas actuaciones del decadente Hollywood, pero no sabrá tampoco de la realización del Día Mundial de la Poesía, que recientemente convocó en un importante auditorio de Bogotá, a más de trescientas cincuenta personas, durante un Viernes Santo.

El registro inmediato, propio del periodismo en su más deprimente acepción, que también debería servir para enriquecernos, para rendir homenajes merecidos o dejarnos una información que pueda trascender al conocimiento, se ha convertido en una sucesión de notas triviales y nocivas en un mundo lightificado.

Exagerado o no, para que un artista irrumpa dentro de un noticiero de televisión tendrá que ganarse el Nobel, morirse, o ser arrestado por consumo de droga.

Consultados algunos medios sobre la preocupante ausencia de noticias culturales, el veredicto es contradictorio y empobrecedor. Los directores aducen que no hay espacio porque el noticiero es pautado. Los anunciantes afirman que todo obedece al criterio del director, y los editores o jefes de redacción basados en encuestas engañosas y prepotentes, argumentan que al pueblo no le interesa el tema; afirmación asombrosa (y tenebrosa) en una país que edita más revistas culturales que México, que reúne más de 900.000 espectadores durante el Festival Iberoamericano de Teatro de Bogotá y que en el acto de clausura del Festival de Poesía de Medellín congrega a más de 7.000 fervientes soñadores de la palabra, capaces de permanecer incluso bajo la tormenta, como se demuestra en cada una de las versiones realizadas... Sin inventariar otros sucesos de gran acogida que merecen un justo y oportuno registro periodístico.

Ojalá esta botella de náufrago llegue a la sensibilidad de los medios, para que no sigamos siendo las solitarias plañideras de este lamentable Réquiem por la Cultura.

* Poeta, ensayista y periodista colombiana