Por Eduardo Cruz Vázquez *
Autor de una abundante obra narrativa, periodista y editor hoy en día de la revista El Universo de Búho, René Avilés Fabila (RAF) asegura que ningún medio de comunicación se atrevería a publicar la valoración crítica que a estas alturas de la vida democrática de México, hace del escritor Carlos Monsiváis.
Su largo alegato, cierto, es agudo, descarnado, lleno de humor negro y extenso –la suma de trece páginas, lo cual complica su publicación íntegra. Tampoco es novedoso, pues desde sus juventudes, ha sido un crítico no sólo de Monsiváis, también, de las “mafias” culturales de nuestro país.
Por ello la importancia de su Pesadilla de una noche de otoño o para documentar la biografía de Carlos Monsiváis.
Al presentar a nuestros lectores una selección de su enjundioso perfil –por lo demás dentro de su exaltación para nada ofensivo– hacemos ver a RAF que este espacio puede darle en algo cabida. Queda en nuestros lectores estar o no de acuerdo, y en su caso, polemizar con el autor.
Extractos para animar una lectura
Tras la omnipresencia del escritor que vive en la colonia Portales de la ciudad capital del país, Avilés Fabila asegura que “ahora no leo periódicos ni revistas y menos atiendo medios electrónicos, me cuidan dos psiquiatras y sólo duermo un poco con diez ativanes de dos miligramos y siete váliums”.
“Quiero pensar que Monsiváis es una marca registrada y no un ser que ha buscado empeñosamente ser la figura central del México intelectual. Muerto Octavio Paz, quien para ocupar ese lugar trabajó con intensidad; criticó al poder para hacerlo suyo, Monsiváis ha ocupado el cargo ante el desinterés de Carlos Fuentes en ser el jefe supremo de la cultura del país. Monsi: figura destacada en cada fiesta, cada cóctel, cada mesa redonda, cada suplemento cultural, cada encuentro social o literario, político o deportivo, para la mayoría, ajena a las disputas del mundillo intelectual, representa lo preclaro, en él no hay dudas, él es inobjetable, él tiene razón absoluta, no hay pillerías en su biografía, tampoco actos de deshonestidad o incapacidad para equivocarse”.
“La sola posibilidad de contar con la animadversión –el rechazo, la negativa, la descalificación o, peor aún el silencio– del sabio de Portales, les provoca pavor a los detractores. No hay retador posible. Nadie correría el riesgo, ni siquiera sus peores enemigos o críticos, el miedo los sobrecoge, los paraliza ante el obvio proceso: primero, al redactar la crítica a Monsiváis, aparece la autocensura, si ella sólo reduce las palabras críticas, surge, impetuosa, la censura del medio. Quizá no sea el pánico al afamado intelectual sino la furia de sus admiradores, tan lejos de Dios y tan cerca del PRD”.
“De aparente crítico se ha convertido en censor, en ministro de una novedosa Inquisición: Monsiváis decide quién va a la hoguera y quién se salva”.
“Las mafias y los caudillos culturales apenas permiten vislumbrar qué es México literariamente hablando”.
“Supongo que mi vida quedará en riesgo de una agresión física de parte de los admiradores de Monsiváis que, gracias a los medios, no son pocos”.
“Me atrevo, con timidez, a preguntarme ya que mi propia respuesta me aterra: ¿en verdad los mexicanos estamos tan urgidos de líderes, caudillos y tiranos de toda índole? De ser positiva la respuesta, sólo me queda comparar, muy nostalgioso, las diferencias entre los caudillos intelectuales del pasado como Lombardo Toledano, Gómez Morín, Alfonso Reyes, José Vasconcelos, Salvador Novo o los que se arriesgaron en el campo de la plástica al decirnos que no había más ruta que la suya como Siqueiros y Rivera con el atroz presente de Carlos Monsiváis y Elena Poniatowska, tenaces edificadores de sus propios mitos, más adorados y temidos que realmente analizados”.
“Ojalá que los médicos y enfermeros que me atienden en esta clínica gratuita para pobres de Marcelo Ebrard, que lleva un nombre prestigiado, “Carlos Monsiváis”, se descuiden: pienso fugarme y cambiar de país. Alguien me dijo que en Tanzania nadie conoce a Monsiváis ni a Poniatowska”.
“¿Qué hubiera sido de Carlos Monsiváis si en lugar de nacer en el convulsionado D.F. lo hubiera hecho en Suiza, donde no hay miseria ni terremotos ni la policía mata estudiantes, un país sin caudillos, democrático, donde, como bien dijo Orson Wells, en trescientos años de tranquilidad sólo han inventado el reloj cucú, sitio hermoso con lagos y ríos potables que Borges seleccionó para morir porque en su infancia la ausencia de ruido le permitió concentrarse en la lectura, país en el que no hay tragedias y entonces los periodistas se aburren contando calles limpias y tranquilas, sin policías ni ambulantes, lejos de un sistema idiota de partidos como el nuestro? Sería el caudillo del silencio sin temas dramáticos sobre los cuales escribir y deambularía buscando alguna notoriedad por bancos en los que millonarios ladrones de todo el orbe esconden sus fortunas y con una profunda ‘tristeza reaccionaria’ por no ser un mexicano que vive y disfruta sus tragedias nacionales”.