Hemos renunciado a entender la fuerza ominosa del poder reinante, sus artilugios sombríos y su probada fidelidad a la usura, pero padecemos cotidianamente el absurdo mediático de su discurso pletórico de convenciones y frases hechas, de certezas que no resistirían el ácido de la imaginación crítica, y víctimas de esta simulación, percibimos el miedo intestino que viaja hacia nosotros desde sus palacios, sus guaridas y sus leyes. Pero también, y como una cruel ironía, nos espanta y desconcierta el final destino de algunos de sus detractores, desde que se abrió una brecha entre la objetiva proporción de sus acciones y la subjetiva y tenue huella de su pensamiento.
Las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FARC), son un ejército efectivo a la hora de las acciones militares, pero cuya base ideológica parece extraviada en el laberinto de los años porque perdieron hace tiempo los vasos comunicantes con sus hipotéticos benefactores, y pese a la justeza social de su formación y su origen, hoy parecen trabajar a espaldas de la colectividad. Algún enemigo suyo, incluso, apuntó hace un tiempo, con malévola certeza, que ninguno de sus militantes, incluidos los máximos jerarcas, nombra ahora a Carlos Marx, a Vladimir Lenin o a Ernesto el Ché Guerava. Desasidos así de la realidad, trabajando desde un territorio insular, todas sus propuestas extra-militares, encuentran inmediatamente una rotunda y tajante des-certificación. La ausencia de discurso es capitalizada por el establecimiento: ninguna revolución puede hacerse sin ideología, sin una colección de valores, sin un ideario, sin un cuaderno moral. No obstante, el secreto anhelo que insinúan sus últimos movimientos parece traslucir el embrión de un regreso a las fuentes y el final de un silencio ideológico que puede, fácilmente, confundirse con la amnesia, la malformación y el olvido.
Los múltiples errores que las FARC han cometido durante las últimas décadas, empezando por la utilización del atroz secuestro, han terminado por engrandecer y exultar el discurso del establecimiento. ¿Será demasiado tarde para desandar el camino, volver sobre el origen y recuperar la dignidad desgastada?
Forzando un poco la imaginación, es posible creer que la insurgencia necesita ser emplazada a develar su proyecto humano. Por esto, antes de un despeje territorial, sería prudente un despeje mediático: conceder a las Farc unas horas en la televisión para que expliquen y desarrollen, en un horario triple A, su cuaderno moral, para que cuenten a Colombia y al mundo cuál es la quimérica sociedad que pretenden construir, y por la que se han entregado al perpetuo rumor de la metralla.
Es previsible que esta propuesta parezca una descabellada imaginería, y tal vez no sea otra cosa. Pero a veces para encontrar el oasis hay que echar mano de los ensueños más delirantes y de las visiones contaminadas de utopía. Si se hiciera un despeje mediático a las FARC, entenderíamos entonces si detrás de sus acciones y palabras actuales, hay todavía ideas, sensaciones, devociones y certezas, o si por el contrario sólo queda los fantasmas de su esperanza libertaria.