Esta es la tierra de los eruditos a la violeta, que no habló de sus sabios. Aquí se afanan los jóvenes por adquirir una gloria, que se destiñe cada mañana y se borra definitivamente en breve tiempo. Para adquirirla, pues ella les da acceso a las preeminencias de orden social, o económico, o político, se entregan a la tarea de escribir articulejos, de pergeñar críticas, de cometer versos, asaltando las páginas de periódicos o revistas, en una afán casi angustioso, sabedores de que tal ejercicio de repetición les dará en nuestro medio título de intelectuales. Pero, viaje usted, para que se convenza cómo son de desconocidos, de ignorados, mientras aquí se mantienen en los primeros planos y planas, simuladores de cultura, que se suceden sin dar un aporte a la verdadera literatura nacional. Envueltos en esa atmósfera se embriagan de sí mismos, y en este ensimismamiento se consideran autores trascendentales. A la postre, se anticipan a su epitafio con algún libraco al que bautizan: Discursos y escritos varios. Nadie sigue el precepto Horaciano de pulir y repulir sin cesar, de guardar el vino hasta que se añeje: todo es obra de la precipitación, de la ligereza, vestidas, por supuesto, de arrogancia, suficiencia, de erudición.
He aquí el cebo que envenena y mata en su simiente muchas esperanzas jóvenes. Si usted asiste a una reunión de índole literaria, se quedará aturdido ante el conocimiento de la literatura universal que despliegan aquellos contertulios, de las lenguas que conocen. Aparte del francés, del que poseo buenos conocimientos básicos, usted sabe que yo no conozco más que mi propia lengua, pues el portugués lo traduzco por adivinación, dada la similitud con nuestro idioma.
Ciertamente, que crear, o mejor, descubrir una veta autóctona dentro de la literatura nacional es tarea muy ingente, escollo que no se atrevieron a sortear hombres de gran altura mental entre nosotros. Literariamente hablando, lo nacional es grande cuando posee un valor universal, porque afecta la sensibilidad, también, de los hombres de otras latitudes. En el caso mío, y refiriéndome exclusivamente a la novela, yo he abarcado solamente una comarca de esa psicología, si así se pudiera decir, he trasladado a mi libro todas las virtudes, todas las maldades de que son capaces esos habitantes de los llanos ilimites, o de las selvas inhóspitas, por el aspecto que mis ojos o mi temperamento me permitieron observarlos, trasladando con ellos, de la manera más fiel el ambiente que los rodea. Pero aún dentro de este ambiente quedan muchos filones por explotar y la veta de la literatura nacional apenas está aflorando, y se necesita ingenio para acuñar con este metal una moneda de valor universal, de índole perdurable, por consiguiente.