Segunda antología del cuento corto colombiano

Por Guillermo Bustamante Zamudio y Harold Kremer

En 1994 vio la luz la Antología del cuento corto colombiano (Cali: Universidad del Valle). Ya hacía 14 años que perpetrábamos Ekuóreo, revista pionera de minicuentos. La antología, segunda en congregar la producción minicuentística de un país latinoamericano, recogió 76 autores. Otro tanto hicieron los lectores, que han recogido ya dos ediciones, y la policía, que lo ha hecho con varias impresiones piratas.

Desde entonces, no sólo continuamos investigando, sino que algunos de quienes a la sazón estaban haciendo planas, ya son jóvenes creadores. Así, en esta Segunda antología del cuento corto colombiano presentamos 145 trabajos nuevos, uno por autor, que amplían todos los espectros: comenzamos en 1903 con “Una nota humana” de Alfonso Castro, pese a que los entendidos dicen que el primer minicuento en Colombia es “El gallo”, de Francisco Gómez Escobar, publicado en 1921, o que propiamente se puede hablar del género a partir del libro Suenan timbres, de Luis Vidales, publicado en 1926. De igual forma, la cobertura se dilató a lo largo de la geografía nacional. También aparecen 19 mujeres (en la anterior había sólo una), no por un esfuerzo de equidad de género, sino porque compusieron cuentos que nos gustaron.

Para nosotros, la literatura se divide en la que nos gusta y la que no, de acuerdo con nuestro criterio, que a veces coincide con el de otros, y no por el ajuste a cierto canon... a no ser que fuéramos los encargados de hacerlo. Esta posición se deriva de dos hechos. De un lado, la creación es un estado parcialmente fuera de control: el autor puede ejercer vigilancia sobre las horas de trabajo, las amistades, las lecturas, la investigación con fines literarios... pero eso no explica por completo cómo una interrogación lo busca para ser formulada. Y, de otro lado, esa magia —basada en el diálogo entre las peores disposiciones del ser humano y sus conquistas— no logra ser apresada del todo por las estéticas y los nombres de corrientes o géneros, aunque podamos razonar sobre la factura de los textos o sobre la anchura de la herida que producen. Ninguna explicación de la literatura nos ha mantenido cautivos por generaciones, como lo hacen las obras. Pero no por eso es vana: la teoría requiere su propio trabajo y tiene su ámbito ilustrativo; se trata de un vicio que dejamos para su momento.

El tipo de relatos coleccionados aquí se nombra como minificción, microcuento, cuento brevísimo, cuento instantáneo, síntesis imaginativa, etc. Pero, ¿focalizar la extensión conduce a algo en literatura? En pocas líneas, es verdad, se han hecho hallazgos inolvidables, pero también escombros. Claro que el provecho de acabar de forma rápida con algo de poca calidad es innegable, pero ya no es literario. Lo bueno, si breve, allá él. La economía de lenguaje, una de las características endilgadas al minicuento, es propia desde el haikú hasta una novela en siete tomos que, si busca el tiempo perdido, con seguridad no incluirá cosas que sobren. En la literatura, aunque luce vanidoso, el tímido significante termina rebasado por el significado. Se despliega lo cardinal; lo insustancial desafina. El criterio es la necesidad interna, no el número de palabras. Claro que ese número puede ser funcional, como en nuestro caso, con una revista dispuesta en una hoja por ambas caras.

Las épocas hacen géneros. Pero el minicuento es un desgenerado, como dice Violeta Rojo. La época que atravesamos, frívola y ajena a la pregunta, cada vez hace menos necesaria la literatura. El minicuento corre el riesgo de servir al afán, a la pereza, a la risa fácil. Al paso que vamos, una línea parecerá desproporcionada: a alguien le averiguaron si había leído “El dinosaurio” de Monterroso (tramado con siete palabras), y respondió: “¡Buenísimo! Ya voy por la mitad!”.

Es que pensar no está de moda. Así, más que abogar por el minicuento, lo hacemos por una condición humana próxima a la pregunta, con límites, en la que el deseo y no sólo el hastío sea una salida, donde cada uno asuma la responsabilidad de su propia perplejidad. En esa dirección va la literatura. En esa dirección van los buenos cuentos cortos.


DESCONTINUADO

Leidy Bibiana Bernal

Después de comprar la cabeza, los brazos, las piernas, el tronco y los órganos, al fantasma le fue imposible comprar la vida.


DÍA GNÓSTICO

Jotamario Arbeláez

Si sale el sol es para arruinar la cosecha
Si se presenta la lluvia se desbordan los ríos
Si encendemos la chimenea se quema la casa
Si abrimos la ventana se nos entra un murciélago
No es que el Señor haya perdido el control del planeta
Es que mi amada está enferma


ESCULTURA

Flóbert Zapata

La dejan al cuidado de un niño de meses. Imperdonablemente lo pone al borde de un tanque de agua, rebosante. El niño patalea y se precipita al fondo sin que pueda impedirlo. Lo rescata y lo lleva a la mesa de planchar para secarle la humedad con la plancha caliente. Se seca pero la alta temperatura hace que la carne se tueste y se desharine. Trae agua, amasa la harina y reconstruye el niño detalle a detalle. A su juicio la obra es perfecta. Descansa. Cuando lo recibe la madre le pide que le explique por qué los ojos del niño ya no son azules y por qué ya no está el lunar en su mejilla izquierda. No sabe qué decir, el susto le nubla la razón y le paraliza el habla. La señora se burla de ella y la tranquiliza diciéndole que está acostumbrada a cosas así. Le paga más de lo convenido.


CHINO FILÓSOFO

Carlos Castillo

El chinito miró la caja y curioso la desarmó. Apareció otra y también la desarmó, y luego otra, y otra y muchas cajas más.

Cuando desarmó la última caja sintió que se quedaba sin piso, sin cielo, y cayó en un irremediable vacío.