He venido a ver las nubes: Gustavo tatis

Por Rómulo Bustos Aguirre

La íntima vocación de esta palabra es la ofrenda. Su designio: la epifanía. Su imagen fundante es el ojo de agua que mana desde lo invisible. Porque para Gustavo Tatis es posible reiniciar cualquier tarde «la conversación con Dios suspendida desde el paraíso», auscultar en la nervadura de la hoja «la raíz secreta que le acercará más al cielo».

Tatis profesa una de las más extrañas formas de la herejía: la levedad en tiempos de gravidez y de ruido. Dentro de las lindes de la poesía del Caribe colombiano sigue así ese trazado en el que esplenden y asordinan Oscar Delgado, Meira Delmar o Fernando Linero, y que encuentra su más alto registro en Giovanni Quessep.

Lo más sugestivo de estas páginas se halla en la paradójica imagen de la redención de Dios –liberado de la muerte y el abandono– como redención misma del hombre: Adán se libera a sí mismo y a su creador, evocando de modo sui generis acaso las úlceras purgatoriales de Rojas Herazo o los abismos acuáticos y ascensionales de Ibarra Merlano.

¿Quién es ya la criatura, quién el creador? Las dos figuras se confunden para responder la pregunta que abre y transita el poemario: «¿Qué podrá salvarte?» Ahora es posible asumir el mundo con alegría.

Después de todo, la muerte también es bella.