Hay palabras que tienen una doble, o triple, o mejor una infinita lectura. Así, por ejemplo, la palabra amor, la palabra soledad, la palabra noche, la palabra justicia, la palabra pasión, la palabra dicha, la palabra distancia, la palabra plenitud… y así también la palabra exilio, tan populosa y temida.
En ella se acumulan los miedos ancestrales, las esperas innombradas, los desatinos y las crueldades de la historia, la carcajada de los herederos y la pena de los desheredados, la congoja de no encontrar el sitio propicio, el que era profundamente nuestro, y que nos correspondía para respirar sobre
Pero esta palabra puede tener un significado diferente, cuando la usamos como detonante de la realidad, como hondo matiz, herramienta crítica, respuesta de la imaginación necesaria ante el innecesario embate del poder reinante.
Esta noche está dedicada a la parte sublime de la palabra exilio, porque corona el esfuerzo –para muchos suicida- de unirnos voluntariamente al reino de la diáspora, territorio florido donde sufren y aman y se aguzan y se salvan los espíritus más refinados y sensibles.
Llegamos a esta primavera de la rebeldía después de una experiencia de años, de un lenta y programada degradación, de un paso por la garganta del lobo: nosotros fuimos los cachorros y la promesas de la prensa, esa mentira disfrazada, esa falacia oficial. Quisieron coronarnos en aquel palacio en ruinas pero nos exigieron, como contraprestación, que laváramos de inquietud y tensión nuestras palabras, convirtiéramos a la verdad en una invitada de palo y secáramos la fuente de la imaginación como si fuera un río de veneno y sangre.
Sin ninguna vergüenza hemos dedicado la vida al periodismo, sabedores de que es el espejo necesario de una realidad cambiante, a la que manipulan, como a un cadáver, los enfermeros más siniestros… Nos habrían coronado de no ser porque nos negamos al humillante reflejo de un cristal adquirido por los que han comprado todas las cosas y todos los valores del mundo.
Cansados de una espera que empezaba a parecerse demasiado a la tortura de los réprobos, al invierno sin nombre de los nómadas y a la estación salvaje de los que nunca pudieron olfatear la primavera, nos hemos dado a la tentativa de recuperar las palabras esenciales, reconquistar un idioma brutalmente mutilado y devolvernos, con la acción benévola y sustancial de nuestra propia mano, el arsenal de imágenes que nos revelan y relatan.
Ahora, sin temblor, rememoramos el origen de esta ruta equívoca donde constatamos diariamente -con asombro y dicha, con espanto y gloria-, los rastros que la realidad disemina a su paso por la tierra, y que de no ser contados a tiempo y con la transparencia del agua, se transforman en puñaditos de ceniza.
Así aparece Con-Fabulación, este periódico que hoy se presenta ante ustedes y que quiere ser su alternativa, su complicidad errante, su espejo insurrecto, su pase para entrar a la fiesta del mundo con todos los derechos, con todos los recuerdos, con todas las heridas y también con la gravedad que entraña decir que somos hombres.
Muchos nos dicen, en sordina, con preocupación y también con maledicencia, que al asumir este riesgo hemos pactado con la nada, con el fracaso y con los dientes del abismo. Insinúan a nuestro oído que -inmersos como estamos en una existencia dura donde las carencias tienen la forma del cadalso y la revancha-, aún podríamos arrepentirnos, poner marcha atrás, y así nos devolverían nuestro lugar en el palacio de papel de las brillantes mentiras. Y nos emplazan a renunciar a esta magnífica empresa.
Y nosotros les respondemos, como el personaje de alguna novela: “cabrones de mierda, les regalamos las cinco primicias que les quedan…”
Así pues, hoy celebramos y cantamos nuestro exilio, voluntario y feliz, impetuoso y alado… y lo celebramos con todos ustedes, exquisitos con-fabuladores. Nuestra ruta será ardua y puede durar seis décadas… pero que son dos seis décadas frente a la eternidad?
Soñamos con el día perfecto en que la realidad real no sea enemiga de la realidad escrita… y sabemos con el poeta árabe que “el camino más largo es el que pasa más cerca al corazón de Dios”.